diumenge, 31 de març del 2013

RUSHDIE, LA IDENTIDAD Y LA LIBERTAD, publico este artículo en El Periódico

EL DEBATE SOBRE EL ISLAM
Saïd El Kadaoui
El Periódico, 31 de marzo de 2013
           


El libro Joseph Anton , de Salman Rushdie, estáescrito por alguien que ha reflexionado mucho sobre la identidad de los europeos venidos de otros lugares, sobre el islam, la libertad y el fanatismo (sufrido en propia carne tras la fatua del ayatolá Jomeini ). Y está lleno de ideas.
     --Cualquier emigrante, por muy afortunada que haya sido su migración, no se libra, según Rushdie , de un problema central: el de la autenticidad. La identidad del emigrado, dice, inevitablemente se convierte en algo heterogéneo. La identidad se compone tanto de los orígenes como del viaje. // Esta es una idea central si no queremos enjaular a las personas en la pertenencia a un origen lejano. La identidad de las personas se va nutriendo de la experiencia vital. Dejemos, pues, de señalar a la gente como inmigrante sempiterna. Y a su vez, los directamente afectados por esta experiencia de migración deben de entender que lo más sensato es ensanchar la identidad y no reducirla, amputarla o encerrarse en un origen que, con frecuencia, parece más mitológico que real.

    --El relativismo cultural es la muerte del pensamiento crítico, es dar apoyo al derecho de los sacerdotes tiránicos a tiranizar, de los padres despóticos a mutilar a sus hijos, de los fanáticos a odiar a los homosexuales y los judíos, porque hacerlo forma parte de su cultura . El fanatismo, los prejuicios y la violencia o la amenaza de violencia no son valores humanos. // Zafémonos, pues, tanto de los puritanos de un bando, que tratan de imponer su ideología adueñándose de toda la cultura y la religión de tantísima gente, como de los orientalistas del otro que, igual que antaño hacían algunos ingleses con el sur de Europa y lo que llamaban latinidad, sostienen que los musulmanes están genéticamente incapacitados para la democracia. «La necesidad de libertad –dice Rushdie– , como la inevitabilidad de la muerte, es universal. Puede que no sea preexistente, siendo como es consecuencia de nuestra humanidad esencial, pero no es negociable». 
  --Si se quiere derrotar al terrorismo, el mundo islámico debe subirse al tren de los principios seculares en los que se basa el mundo moderno. Los jóvenes de Túnez, Egipto, Libia, Siria y todas partes intentan transformar sus sociedades con arreglo precisamente a esos principios. Desean empleo y libertad, no religión. // Yo diría que lo que estamos viendo hoy en esos países confirma en parte la afirmación de  Rushdie . En todo caso, lo que demuestra, entre otrascosas, es que el conflicto, la tensión entre Estado laico y moderno y teocracia existe. Y no se trata de que unos estén occidentalizados y los otros, auténticos, no. No incurramos en el error. Se trata de que el mundo árabo-musulmán (y amazig) no es una entidad homogénea, como no lo es ninguna sociedad.
 Termino con otra constatación del autor: en estos tiempos se arrastra a los hombres y las mujeres hacia una definición cada vez más estrecha de sí mismos, y cuanto más estrecha es la identidad mayor es la probabilidad de conflicto. Joseph Anton, desde luego, es una contribución encomiable al ensanchamiento de las identidades y, por consiguiente, de la libertad.
 Psicólogo y escritor 




 AQUÍ TENEIS EL ARTÍCULO AMPLIADO:
 Saïd El Kadaoui Moussaoui. Psicólogo y escritor.
En este artículo me propongo hablarles de un libro, Joseph Anton, de Salman Rushdie mordiéndome la lengua, conteniendo mis dedos más bien, para no sucumbir a la tentación de hacer una crítica literaria, que, sin duda, sería muy elogiosa.
Lo que me propongo hacer aquí es señalar que este libro está escrito por alguien que ha reflexionado mucho sobre la identidad de los europeos venidos de otros lugares, sobre el Islam, la libertad y el fanatismo (sufrido en propia carne tras la fetua del Ayatollah Homeini).
Algunas de las muchas ideas que he subrayado en el libro y que me parecen muy relevantes, ilustrativas y que enmarcan muy bien el núcleo de la cuestión del que aquí pretendo hablar, son las siguientes:
*Al sumergirse en la vida inglesa, dice Rushdie, le dejaron claro lo que él denomina pecado de extranjería. Hasta ese momento, añade, nunca se había sentido un Otro respecto a nadie. Y la lección que extrajo de ello es tan contundente como pragmática. Había gente a la que nunca le caería bien, gente para la cual él era tan de otro mundo como los hombrecillos verdes de las películas. ¡Y no tenía sentido intentar hacerles cambiar de idea!
¡Chapeau! Bien pensado esto es así no solamente para los inmigrantes. Siempre habrá gente que no entenderá nuestra forma de ser, de pensar, gente para la cual siempre seremos unos extraños. Mirar hacia otra parte, a veces, ayuda a no empantanarse en el victimismo. Hay gente que sí nos entiende. Punto.
*Cualquier emigrante, por muy afortunada que haya sido su migración, no se libra, según él, de un problema central: el de la autenticidad. La identidad del emigrado, dice, inevitablemente se convierte en algo heterogéneo. La identidad se compone tanto de los orígenes como del viaje.
Esta es una idea central si no queremos enjaular a las personas en la pertenencia a un origen lejano. La identidad de las personas se va nutriendo de la experiencia vital. Dejemos pues de señalar a la gente como inmigrante sempiterna. Y a su vez, los directamente afectados por esta experiencia de migración, deben de entender que lo más sensato es ensanchar la identidad y no reducirla, amputarla o encerrarse en este origen que, con frecuencia, parece más mitológico que real.
*El relativismo cultural es la muerte del pensamiento crítico, es dar apoyo al derecho de los sacerdotes tiránicos a tiranizar, de los padres despóticos a mutilar a sus hijos, de los fanáticos a odiar a los homosexuales y los judíos, porque hacerlo forma parte de su “cultura”. El fanatismo, los prejuicios y la violencia o la amenaza de violencia no son “valores humanos”.
Zafémonos pues tanto de los puritanos de un bando, que tratan de imponer su ideología, adueñándose de toda la cultura y la religión de tantísima gente, como de los orientalistas del otro que, igual que antaño hacían algunos ingleses con el sud de Europa y con lo que ellos denominaban la latinidad, sostienen que los musulmanes están genéticamente
incapacitados para la democracia. “La necesidad de libertad, dice Rushdie, como la inevitabilidad de la muerte, es universal. Puede que no sea preexistente, siendo como es consecuencia de nuestra humanidad esencial, pero no es negociable”.
Vierte una crítica, a mi parecer, justa contra la posición dubitativa, iatrogénica, si utilizamos el argot médico, pasiva y naíf de una parte de la izquierda política inglesa – extensible a mi juicio a la izquierda europea- que se resumiría muy bien en una esta afirmación suya: “el mayor peligro de la creciente amenaza era que los buenos hombres cometían el suicidio intelectual y lo llamaban paz. Los buenos hombres se rendían al miedo y lo llamaban respeto”. Nada de agachar la cabeza pues delante de los fanáticos. Otra cosa es a mi juicio lo que hace una parte de la derecha, la más recalcitrante, que, utilizando el argot freudiano, por una cuestión de narcisismo de las pequeñas diferencias, ve el fanatismo del Otro (en este caso el musulmán) mientras niega el propio o lo minimiza.
*Si se quiere derrotar al terrorismo el mundo islámico debe subirse al tren de los principios seculares en los que se basa el mundo moderno. Los jóvenes del mundo árabe, en Túnez, Egipto, Libia, siria, y en todas partes, intentan transformar sus sociedades con arreglo precisamente a esos principios. Desean empleo y libertad, no religión.
Yo diría que lo que estamos viendo hoy en Túnez, Egipto, Libia y Siria, por citar los ejemplos más candentes, confirma en parte la afirmación de Salman Rushdie. En todo caso lo que demuestra, entre otras cosas, es que el conflicto, la tensión entre estado laico y moderno y teocracia existe. Y no se trata de que unos sean occidentalizados y los otros auténticos, no. No incurramos en el error. Se trata de que el mundo árabo-muslulmán (y amazig) no es una entidad homogénea como no lo es ninguna sociedad.
Termino el artículo con una otra constatación del autor: en estos tiempos se arrastra a los hombres y las mujeres hacia una definición cada vez más estrecha de sí mismos y cuanto más estrechas la identidades, mayor la probabilidad de conflicto.
Su libro, desde luego, es una contribución encomiable a favor del ensanchamiento de las identidades y, por consiguiente, de la libertad.

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